«¿Usted cree en la transmigración de las almas?»
Así empieza uno de los relatos más extraños que ha dado la literatura española. Porque aquí no hubo gótico, pero sí cuentos inclasificables más cercanos al PULP

Hoy le dedico una ilustración y un hilo a «EL HOMBRE GATO»(1913) 🐈👇
Entre mediados del XIX y principios del XX, surgieron en España gran cantidad de relatos fantásticos y de terror hoy olvidados. En su mayoría aparecían en revistas que seguían la estela de las publicaciones francesas similares, como «El artista» o «Semanario pintoresco español»
Hay que decir que los cuentos aquí aparecidos no solían ser muy innovadores, y se adherían a la corriente más sangrienta y rancia del gótico. Es decir: crímenes horribles, fantasmas encadenados, castillos…
Quizá el exponente más célebre de esta corriente “gore” fue la «Galería fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas» (título muy ilustrativo) de Agustín Pérez Zaragoza, una colección de relatos macabros publicados por entregas a partir de 1830 y que fue muy popular en la época.
El caso, y por no nos enrollamos, es que en España no hubo un gótico "autóctono". Casi todos los temas e ideas eran importados del extranjero (con algunas honrosas excepciones como los relatos de Bécquer).
Aunque, a partir del siglo XX, surgieron ciertas corrientes… curiosas.
El relato del que venimos a hablar es uno de esos cuentos raros, que mezclan elementos más propios del XIX con temas pseudo-científicos y una sorna hispánica de lo más peculiar.

«EL HOMBRE GATO» es un relato breve, de apenas seis páginas, que aparece por primera vez en 1913...
... dentro de la colección de relatos «El sueño de la razón», del escritor valenciano Emilio Ferraz Revenga. Poco sabemos de este autor; nació a finales del XIX y trabajó como Jefe Superior de Administración Civil hasta 1960.
Ferraz escribió numerosos cuentos infantiles y varios relatos fantásticos, como uno titulado «Se vende alma», una especie de parodia de «El diablo cojuelo» de Luis Vélez de Guevara. El relato que nos ocupa también está en esta línea satírica, pero con tintes bastante oscuros…
«EL HOMBRE GATO» comienza con un diálogo en el que el narrador conversa con Doña Angustias, una aristócrata adinerada, acerca de la “trasmigración de las almas”. Es decir, de la reencarnación o el paso del alma a otro cuerpo.
«¿No cree usted que las almas de los animales transmigren a los cuerpos de los hombres?» inquiere la mujer. El narrador ironiza: «Es posible, sí... Hay personas que parecen bestias y hay muchas cuyas almas han debido de pertenecer en anteriores encarnaciones a algún cántaro».
Pero Doña Angustias no está para bromas. Parece asustada. «Desde niña me han inspirado terror los gatos», explica de pronto. «De noche, el brillo de sus ojos me inquieta, me pone nerviosa...» Y así, la mujer llega a confesar un crimen de su niñez.
Se ve que, cuando era pequeña, un gato famélico entró en su jardín y esta ordenó al jardinero que lo matase: «(...) descargó un tremendo garrotazo sobre el lomo del intruso; cayó el animal medio muerto, y yo, con una gran piedra, tuve el valor de rematarlo...
...Pero ¡cómo me miró aquel bicho!... Si hubiese podido, estoy segura de que me saca los ojos... ¡Qué odio tan feroz y salvaje había en aquella última mirada!»

«Naturalmente. ¿Quería usted que la mirase con dulzura y agradecimiento?», replica con sorna el narrador🐈‍⬛
Doña Angustias pasa por alto la chanza: «Muchas veces me he arrepentido de aquel rapto de crueldad... En sueños y aun despierta veo todavía la espantosa expresión de aquellos ojos... Por eso duermo siempre con luz; en la oscuridad temo que se me aparezcan»
Y es aquí cuando vuelve el tema de la transmigración de las almas. Porque Angustias está convencida de que ese gato ha vuelto.
Y no de cualquier manera, no: está convencida de que su mayordomo, Mauricio (nótese la guasa del nombre), es la *REENCARNACIÓN* del pobre gato asesinado
«Si hubiera usted observado con detenimiento a Mauricio no podría menos que convenir conmigo en que parece un gato injerto en un tronco de hombre... La cara, las cejas, los ojos, la voz, los movimientos, todo en él es de felino....»
La mujer no se atreve ni a despedirle
«Ese hombre me asusta. La otra noche le encontré en un pasillo obscuro y le brillaban los ojos igual que a aquel famoso gato negro... Se me ha metido en la cabeza que Mauricio ha venido a esta casa para vengar el gaticidio que cometí de niña»
(Recalcar aquí lo maravilloso que me parece el término "gaticidio").
Doña Angustias añade un detalle bastante escalofriante: «Ni yo ni el resto de la servidumbre hemos visto todavía las manos de Mauricio; las lleva a todas horas enfundadas en unos guantes negros».

Pero el narrador no da crédito a nada y, tras tranquilizar a la mujer, se marcha.
Hasta la puerta le acompaña el famoso Mauricio, a quien nuestro narrador observa con disimulo. Y tiene que darle la razón a Angustias, pues: «En efecto, no le faltaba más que la cola para parecer un gato. Involuntariamente le di un pisotón y juraría que lanzó un bufido».
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