Hoy, en el marco de unas ponencias a las que la UGR tiene a bien invitarnos a todos los tutores del practicum de Secundaria, he reconocido públicamente que me equivoqué.

Me equivoqué hace un par de años cuando, en el mismo contexto, defendí el uso del móvil en el aula.
Argumenté entonces que no se puede poner puertas al campo ni cerrar el aula a la tecnología. Que el móvil, bien usado, es una gran herramienta. Que no hay que prohibir sino enseñar a usar. Etecé.

Lo mismo habré dicho en infinidad de tuits que quedan aquí registrados.
Desde el año pasado trabajo en un centro donde tengo toda la libertad para planificar esas actividades tan guays que un día dije que quería hacer.

Lo reconozco ante vosotros: me equivoqué de principio a fin.
He fallado, yo, personalmente, en intentar inculcar a mi alumnado un uso coherente de su dispositivo. He fallado al intentar diseñar actividades “chulas” que hicieran buen uso del móvil. He fallado en intentar que lo vean como una herramienta que ellos dominan, no al revés.
No hay una sola vez que haya diseñado una actividad en la que el dispositivo esté presente que no se haya hecho un uso incorrecto del mismo. Muchas veces dejan la actividad incompleta para poder ponerse cuanto antes con los jueguicos. O las redes sociales.
El móvil ha aportado poco y, sin embargo, me está restando mucho. Su uso generalizado por parte del alumnado les distrae y me distrae. No se esconden a la hora de utilizar su dispositivo mientras le das clase. Algunos incluso reciben llamadas en plena sesión.
Tienes que pedirles explícitamente que lo guarden durante los exámenes. Resoplan y gruñen cuando les dices que no lo quieres a la vista.

Si le pides que lo guarden, muchos te contestan que te esperes un momento, que están en plena partida. Sin despeinarse.
Lo reconozco: el uso generalizado por del móvil por parte de mi alumnado (los más mayores, especialmente) ha minado mi autoestima como docente, al hacerme competir por su atención con un dispositivo que les ofrece todo el ocio del mundo a su alcance.
AsĂ­ que reconozco humildemente que en este asunto estaba completamente equivocada. Y que la polĂ­tica de mĂłviles existente en mi centro es una de mis principales motivaciones para pensar en abandonar un instituto en el que, por otro lado, me encuentro muy cĂłmoda.
Y ya he dicho que es un problema mĂ­o, un fallo mĂ­o, algo que YO no he sabido gestionar.

Aunque a veces, en los claustros o en las evaluaciones, miro a mis compañeros, algunos tan pendientes de su dispositivo como mis alumnos. Y me hago preguntas. Muchas.
PD: si alguien ha conseguido llegar a un acuerdo que permita un uso coherente del mĂłvil en su centro educativo, estoy totalmente abierta a escuchar y aprender.
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