Los solteros no lo sabéis, pero los que tenemos hijos sabemos que hay que reservar cierta parte de nuestra energía para el plácido final del día y el apacible descanso.

Siete de la tarde: "Tengo hambre qué hay de cenar".

El infierno empieza aquí.
Empiezas a barajar opciones. Nunca encaja ninguna pero ya te da igual todo. Vas a por todas. Verdura con patatas y lomo de merluza empanada. Es la guerra.
Si hay un especimen que no sobrepase los 6 o 7 años seguramente oigas lloros hasta las nueve de la noche.
Si hay especímenes adolescentes o preadolescentes seguramente oigas improperios del tipo "puaj", "yo no quiero", "no tengo hambre", "qué hay más", "yo solo postre", "tiene espinas", "siempre lo mismo".

Yo tengo todo el elenco.
"Poned la mesa".

No te oyen.
Al cabo de cinco minutos:
"¡La mesa!".

Uno se levanta y va reptando por el suelo como un dragón de komodo. Otra dice que ella la saca. La otra sigue llorando.
Nos sentamos. Bueno, me siento. La otra sigue llorando por el suelo. El dragón de komodo se sienta con la silla a un metro de distancia. Hay una que no sé dónde está.
"Siéntate bien". (Acerca la silla un milímetro). "A mí no me pongas verdura". "Quiero ketchup". "Quiero agua". "Quiero pan". "No quiero pescado". "No quiero de lo verde". "Córtamelo". "Este vaso está sucio". "Me falta un tenedor".

DEJADME ESCUCHAR LAS NOTICIAS COÑO.
Las noticias no triunfan. Vamos al Pasapalabra. "Callaos". Se callan. Pero justo en el momento de la definición piden agua, o pan, o lo que coño sea.

Tienen ese don.
"No quiero más". "Cómetelo". "No quiero la piel". NO ES PIEL ES EL REBOZADO. "Como se llame no lo quiero".
Siempre a alguien se le caen cosas al suelo. Un tenedor, un trozo de comida, la servilleta.

Y el agua. Un clásico. Servir agua y derramarla por la mesa es un clásico. El adolescente medio no acierta ni cuando mea ni cuando sirve agua.
Cuando tú empiezas por fin a comer ya hay alguno que te está pidiendo el postre.
Cómo agarrar los cubiertos es otro clásico. Desde los cuatro años se les enseña, pero cada noche hay que recordarlo cincuenta veces hasta que más o menos tienen treinta y se van de casa, creo.
A todo esto, si surge algo parecido a una conversación entre ellos, es una especie de retahíla de zascas que va in crescendo y que si no lo paras puede llegar incluso a la agresión física. Porque ellos no paran.

El laissez faire aquí no vale.
El adolescente se suele levantar cuando acaba, rápidamente se lleva su plato bien tapadito con cubiertos y servilletas de papel para que no veas todo lo que se deja. Pero no creáis que lo vacía en la basura. Lo deja en la cocina porque cree que se vacía solo. De verdad lo cree.
Acto seguido abre la nevera y engulle ocho yogures.
La pequeña todavía está con la merluza bañada en lágrimas.
La que antes dijo que ella sacaba la mesa dice que le duele la barriga, y la obligas a sacarla y va haciendo viajes doblada como un anciano y quejándose. Luego se despista y se le pasa.
La cocina hecha una mierda. Todo repartido. El concepto "acumular platos uno encima del otro" no lo acaban de entender.
Hora de dormir. Peleas. Una canta. Otra baila. Otro caga con la puerta abierta. Tres mil "buenas noches".

Yo quiero trabajar por favor.
Cuando parece que se hace el silencio, una se levanta para beber agua. Entonces otra vuelve a cantar, otro a balbucear cosas sin sentido desde la cama. Luces encendidas. Qué pasa. Buenas noches. Otra vez tres mil veces.
Cuando por fin puedes trabajar, o ver una película, o leer, de repente te despiertas a las dos de la madrugada en el sofá con el cuello torcido y las lentillas pegadas a tus párpados.

Y entonces ya te acuestas.
* En realidad todo esto lo cuento para que me digáis que os pasa lo mismo.
Es todo broma.

Jóvenes del mundo: creced y reproducíos que suben solos.
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