¿Qué pasaría si una población urbana con diabetes tipo 2 volviera a un estilo de vida como la de sus ancestros? A esa pregunta intentó responder Kerin O’Dea, de la Universidad de Melbourne, en los años 80, conviviendo con un grupo de cazadores-recolectores aborígenes. #HilosDC8
O’Dea había observado que los aborígenes australianos eran muy propensos a padecer diabetes tipo 2. Al contrario que la diabetes tipo 1, la tipo 2 es muy dependiente del estilos de vida, sobre todo de la dieta y el sobrepeso.
Se ha llegado a plantear que el cambio de dieta llevado a cabo entre los aborígenes australianos podría ser un “genocidio dietético”, similar a lo ocurrido con la transferencia de microorganimos patógenos de europeos a americanos. http://macrofour.com/nyungar-diabetes-australian-dietary-genocide
Lo que observó O’Dea no es exclusivo de los habitantes de Australia, sino que ocurre en otros grupos étnicos cuando sufren una transición rápida de estilos de vida tradicionales a urbanitas.
Hay constancia de que ocurre así en comunidades afroamericanas, hispanas, asiáticas, nativas de América y de las islas del Pacífico. Entre estos últimos, el caso de Nauru es de los más impresionantes.
La tasa de diabetes entre los aborígenes que viven en algunas zonas deprimidas de ciudades australianas es del 17%. El estilo de vida se de estas personas se caracteriza por la pobreza, el desempleo, el consumo de alcohol y la mala alimentación.
O’Dea también había descubierto que los aborígenes jóvenes y delgados de estas comunidades tenían alteraciones moderadas de la glucosa y la insulina, así como de los triglicéridos plasmáticos, aunque no diabetes tipo 2.
Según O’Dea, estas características metabólicas podrían facilitar de algún modo la supervivencia en el estilo de vida de cazadores-recolectores, que los aborígenes habían mantenido durante 60.000 años, hasta la llegada de James Cook en 1770.
Esas variantes metabólicas estarían en consonancia con la hipótesis del “genotipo ahorrador”, que permitiría a las poblaciones de cazadores-recolectores engordar más rápidamente en épocas de abundancia.
Así, los individuos que acumulaban más energía en su tejido adiposo por portar los genes ahorradores sobrevivirían mejor en épocas de escasez de alimentos.
Sin embargo, en las sociedades modernas, con una abundancia constante de alimentos, esta adaptación evolutiva resulta perjudicial y tiene como consecuencia una mayor facilidad para la obesidad y la diabetes.
¿Pero qué ocurriría si estas personas volvieran a la dieta y la actividad física de sus ancestros cazadores-recolectores? ¿Volverían a tener niveles más bajos de glucosa, insulina y triglicéridos? ¿Se reduciría su riesgo de diabetes?
Quizá volver a un estilo de vida más tradicional, aumentando la actividad física, reduciendo la energía ingerida y el peso corporal a través de cambios en la dieta mejoraría la sensibilidad a la insulina en los aborígenes.
A fines de la década de 1970, Kerin O'Dea trabajaba en el Royal Children's Hospital de Melbourne, y se dio cuenta de que muchos aborígenes estaban desarrollando diabetes, así que comenzó a estudiar el problema.
En los años 80, O’Dea tomó contacto con la Comunidad Mowanjum de Derby, en el otro extremo de ese enorme país que es Australia e inició una serie de estudios sobre alimentación y diabetes en esta comunidad.
En 1980 realizó un estudio de tres meses en el que comparó una dieta urbana aborigen y una dieta tradicional con un grupo de control caucásico, que mostró que los aborígenes tienen una respuesta de insulina más potente tras la ingesta de glucosa.
Pero el estudio más apasionante tuvo lugar dos años después, cuando persuadió a 10 personas con diabetes (5 mujeres y 5 hombres) y a 4 sin diabetes (2 mujeres y 2 hombres) para que participaran en un estudio de campo.
El estudio se llevó a cabo en Pantijan, una hacienda ganadera Mowanjum y origen tradicional de muchos de los aborígenes que residían en la Comunidad Mowanjum de Derby.
Pantijan estaba muy alejada de Derby, a día y medio en 4x4 o 1h en avioneta. Aunque viajaron en vehículos, O'Dea y los participantes tardaron 10 días en recorrer los más de 450 km que separan Mowanjum de la costa, cerca de Pantijan.
Durante ese tiempo, los participantes comieron carne (de vaca y canguro), pescado, tortuga, vegetales y miel, todo ello cazado o recolectado por ellos mismos. El 50% de la energía procedía de proteína, el 40% de grasa y solo el 10% de carbohidratos.
Un vez en la costa, se quedaron durante 2 semanas, en las que comieron pescado, además de aves y canguro. El contenido proteico era aún más alto. Pero la falta de vegetales en el área precipitó el traslado tierra adentro, hasta la hacienda abandonada.
Allí, pudieron abastecerse de canguro, pescado, marisco, tortuga, cocodrilo y pájaros pero también de boniatos, higos y miel. En este periodo el consumo de energía fue de 1200 kcal/persona y día de media.
Esa dieta contrastaba enormemente con su dieta habitual, constituida por harina, azúcar, arroz, bebidas carbonatadas, bebidas alcohólicas, leche en polvo, carnes grasas baratas, patatas, cebollas,
y aportes variables de otras frutas y hortalizas.
Como consecuencia, los participantes perdieron 8 kg de media y mejoraron su tolerancia a la glucosa, que se asoció con una reducción en las concentraciones plasmáticas de insulina y de los triglicéridos. Estos últimos se redujeron un 70%.
Kerin O’Dea concluyó que estas mejoras se produjeron debido a los cambios en el estilo de vida, que incluyeron pérdida de peso, dieta baja en grasas y aumento de la actividad física, pero que era difícil separar el efecto de uno y de otro.
En definitiva, las principales anomalías metabólicas de la diabetes tipo 2 en los aborígenes mejoraron mucho o se normalizaron completamente gracias a un proceso de reversión del proceso de urbanización de solo 7 semanas.
En una entrevista reciente, O’Dea declaró a The Lancet que “en las poblaciones occidentales de hoy, no tenemos que hacer actividad física y, sin embargo, todavía obtenemos la 'recompensa' de una dieta rica en grasas, sal y azúcar”.
Este hilo fue inspirado por un tuit de @EstebanDL , en el que compartió el estudio. Podéis seguir a @KerinODea en Twitter.
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