Querida María:
Por fin me he decidido a escribirte. Ya sabes que lo hago con todo el cariño del mundo, pese a no ser este medio de comunicación mi fuerte, como consecuencia de pertenecer a esta generación 3.0 en la que me ha tocado desarrollarme.
Ha pasado tiempo desde la última vez que nos vimos, y la verdad, ansió de corazón el momento de volver a sentirte cerca de mí.
Por aquí vivimos tiempos de incertidumbre debido al virus y las restricciones que ocupan el día a día, generando confusión entre las personas de rango raso.
Ha entrado la primavera y lo ha hecho con ganas de desprender calorcito, bajo un sol de justicia y cielos dominados por extensos azules. Han sido unos atípicos días de Semana Santa, sobre todo para aquellos que acostumbraban a desplazarse en estas fechas.
A nosotros nos ha servido con darnos un temprano baño en la playa de la Concha, en Suances, esa que tanto te gustaba a ti, y en la que juntos tanto hemos disfrutado.
Qué tiempos tan memorables e inmortales, esos y los que vivimos en Pista Río, aderezados de un refrescante batido de chocolate casero y bocatas de mortadela.
Todo me huele a verano y me huele a ti, si cierro los ojos y dejo libre mi imaginación, todo me conduce a extender una larga sonrisa junto a ti. Los tiempo son buenos cuando son vividos como deben ser vividos.
Como bien sabes mi procesador no funciona como debería hacerlo a mi edad, pero mis recuerdos más valiosos y que no se borran, son los tiempos que viví contigo, en nuestra pequeña casita enfrente del colegio de los curas.
Qué cobijo y sensación de hogar desprendían la combinación del verde de sus puertas y ventanas, las sábanas blancas tendidas, siempre inmaculadas, y la gala floral que tanto has cuidado siempre. Una estampa única que desprende amor desmesurado por las flores y la primavera.
Cuánta alegría repartiste por ese barrio y cuánto nos han querido siempre tus vecinos y amigos. Y todo eso ha sido siempre gracias a ti. Un hombro en el cual llorar, una sonrisa de la cual contagiarse y una mirada sólida en la cual reflejarse y armarse de valor en la adversidad.
Recuerdo que no todo fue siempre de colores, también hubo sus nubarrones por el camino, pero que como una gran familia, abordamos fijando nuestras metas mirando hacia adelante.
Se me quedaron cosas que contarte, presentes que hacer tuyos y reprimendas que escuchar de tu sabiduría. Pero querida abuela, se que velas por mi suerte, que incluso condicionas mi destino y disputas la felicidad de la familia. No creo que tardemos demasiado en vernos.
Ya sabes que mis ganas por vivir siempre al límite, mis adicciones y las consecuencias de ello, han deteriorado demasiado mi cuerpo y triturado mi cabeza en muy poco tiempo.
No sé cuanto tiempo más estaré en el mundo de los vivos, pero sé, a ciencia cierta que la muerte no será el final. Me desvivo por escuchar todo lo que me pongas por delante que hice mal, y lo que pude haber hecho, para ser un poco mejor persona.
Mi amor es una fuente de respeto y cariño hacia ti, el niño que siempre te admiró vivirá eternamente en ti, como tú y mi muy querido abuelo Balbino, con el que tuve el honor de poder llorarte cuando tuviste que partir, reclamada por el eterno, o lo que sea que dicen que hay en…
…algún lugar de lo indescriptible a ras de suelo. Él nunca supo muy bien cual era mi enfermedad pero siempre me apoyó, siempre me alentó diciéndome – “lo más difícil es siempre lo más bonito” , y yo te veía a través de él.
La vida os puso por delante mío como otros padres más, y como tales, a tinta y fuego os llevo en cuerpo y alma.
Me queda el consuelo de veros, pues sé, porque lo he vivido, que el día a día son éxitos y fracasos, aciertos y errores. Pero si algo es inamovible, es el perdón y la redención.

“Vuestro nieto, que os ha idolatrado siempre: David.” –
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