#CosasQuePasanEnLaGuardia #115. PRE-COVID. Doce de la noche, todavía no comí. El paciente de la tuberculosis del fondo está en el pasillo con el barbijo N95 –que tanto me costó conseguir– a modo de moño. Tiene un cigarrillo –que todavía no prendió– pendiendo de la comisura (+)
(-) de la boca. Desde la otra punta del pasillo en la que estoy se percibe su aliento a mezcla de vino de cajita, vodka barato y alcohol etílico. Me calzo mi barbijo y le largo con voz bastante alta –sin moverme– que acá no se puede fumar y que por favor no salga (+)
(-) del consultorio sin el barbijo en su lugar.
–¿Sos médica o infladora de huevos, vos? –emite por respuesta junto a una carcajada a lo Patán.
–Se lo digo en serio –insisto.
Él se prende el pucho, da una pitada y larga el humo en un intento de círculos. Gira hacia mí.
(+)
(-)
–En serio te digo yo que no me rompás los huevos –lo pronuncia con bastante más potencia que antes, con el pucho entre el índice y el pulgar que forman un círculo y con los dedos restantes en forma de arco.
–Mire que si no hace caso voy a tener que llamar a la (+)
(-) policía –intento asustarlo.
–Me muero de ganas de tirarle este bicho a unos cuantos... Llamalos –larga ya sin risa y con ojos que, incluso a la distancia, se notan desafiantes.
Estoy a punto de llamar al de seguridad –sin saber bien para qué si seguro me va a (+)
(-) contestar que él no lo puede tocar– cuando se abre de golpe la puerta del consultorio de al lado del suyo con un tremendo estruendo de la madera contra una camilla. Enseguida salen en fila un policía, los del equipo de salud mental y otro policía más. Todos tienen (+)
(-) puestos barbijos quirúrgicos, probablemente por el aroma del paciente que están atendiendo. Les hago señas para que vengan para este lado y hasta remarco mi N95 con el índice. Los de salud mental me hacen caso. Los oficiales, en cambio, giran hacia el hombre del cigarrillo.(+
(-)
–Así que andás haciéndote el vivo… –arranca el más joven, de unos treinta, mientras se ubica adelante y un poco hacia el costado de él.
–A nosotros los vivos no nos gustan, ¿sabés? –se suma el otro, de cincuenta y monedas, con pelo castaño jaspeado, que se ubica por (+)
(-)detrás.
El paciente de una nueva pitada y apaga el cigarrillo.
–Era una joda, oficiales. No se me pongan así… –se ríe como antes.
–¿Ah sí? ¿Sabés que pasa? Mi compañero y yo no tenemos mucho sentido del humor. Se nos acabó. Y las faltas de respeto no nos gustan. Menos, las(+)
(-) amenazas –le retruca el de pelo jaspeado.
Los de salud mental y yo miramos en silencio. Los oficiales se van cerrando sobre él.
–Está bien. Está bien –levanta finalmente las manos.
Muestra el cigarrillo apagado –como pidiendo permiso–, lo guarda en el bolsillo de la (+)
(-) camisa a cuadros con fondo blanco que parece más bien beige, se sube el barbijo y se encierra en el consultorio.
–Así me gusta –agrega fuerte el policía treintañero y se ríe.
Yo arranco a agradecerles por la ayuda. Estoy hablando sobre lo mucho que nos haría (+)
(-) falta tener a la policía en el hospital como antes, cuando el orientador me interrumpe golpeándome el hombro con dos dedos: hay un paciente para suturar.
–¿Qué le pasó? –pregunto.
–Ser boludo…
–¿Cómo?
–Eso dice la madre –se ríe–, aunque para mí es una tentativa.
(+)
(-)
–No entiendo.
–Tiene una de las muñecas con una toalla atada llena de sangre. Tentativa a pleno.
–¿Pero la madre no dice nada de eso? –indago.
–Solo que lo trajo por boludo. O pelotudo. Creo que dijo pelotudo…
(+)
(-)
Hundo mi cabeza entre los hombros que levanto otro tanto y frunzo las cejas. Me disculpo con los policías y sigo al orientador. El psiquiatra le grita que le avise si es o no para ellos y él le devuelve un pulgar en alto.
Llegamos y pispeo. El paciente está sentado en (+)
(-)una camilla. Sí, efectivamente una de sus muñecas le sangra, aunque la otra está indemne; raro. Él no llega a los dieciocho y a la madre –de pelo largo y completamente canoso que luce con orgullo– le calculo unos cuarenta y largos o cincuenta y cortos. El orientador (+)
(-) extiende el brazo y abre la puerta.
–¿Usted viene por el pelotudo de mi hijo? –me recibe la mujer.
Me quedo callada, respiro hondo y cuento hasta cinco para adentro mientras me acerco al paciente y lo saludo. Huele a susto, a ansiedad, a vergüenza, a adolescencia.
(+)
(-)
–Yo le pido perdón, doctora, seguro que usted tiene cosas más importantes que hacer… dormir… y acá venimos nosotros por este arranque de pelotudez…
Las mejillas del chico se tiñen de una mezcla de rojo con fucsia que se le esparce por la cara entera. Pienso (+)
(-) en mis dieciséis o diecisiete años, en cómo odiaba cuando mis viejos se aparecían por la escuela a buscarme de sorpresa y en la vez en que le pedí a mamá que no me abrazara delante de mis amigos.
Levanto mano derecha entre el cuerpo de la madre y el mío.
(+)
(-)
–Tranquila, señora. No se preocupe que es mi trabajo –la callo.
Ella sigue con que su hijo ha tenido ideas poco acertadas –usa la palabra “brillantes” en realidad–, pero que esta vez se pasó, que no lo creía capaz de tal grado de boludez, que claramente no puede dejarlo ni(+)
(-) una hora solo y que si tuviera más plata lo metería pupilo hasta los cuarenta. Yo mientras me dirijo a él y le pregunto los datos filiatorios con la esperanza de que sea mayor de dieciséis y así poder pedirle a la madre que espere afuera. El orientador, desde la puerta, (+)
(-) adivina mi intención y cruza los dedos.
–Quince –llega por respuesta.
–Cumple hoy y así lo festeja –agrega la madre.
Le pido al chico que me cuente qué pasó mientras abro paquetes de gasas, un apósito y me pongo guantes. Él mira su muñeca primero y luego (+)
(-) el piso sin decir palabra alguna. De la toalla caen un par de gotas y casi que escucho su golpeteo contra el suelo en ese interín de silencio. Ni el orientador respira.
Desato la toalla. La aflojo de a poco y la sangre brota más que nada de una punta. Tapo (+)
(-) la herida con el apósito –las, en realidad, son varias, como rayones– y saco del todo la toalla amarillo patito teñida en gran parte de marrón que por suerte no es caca. Le pregunto a la madre si la puedo tirar y me autoriza, alegando que va a hacer que el hijo (+)
(-) pague por una nueva, que era cara y que esas cosas no se hacen. Yo ya ni sé si habla de la toalla o de lo que hay debajo.
Una vez la toalla en el tacho, levanto de a poco el apósito y voy limpiando con gasa con pervin0x. La primera herida, lineal, se une con la siguiente,(+)
(-) que es la que más sangra. La aprieto mientras limpio el resto. Lo que parecían rayas al azar ahora me resulta claro que es un tatuaje que se rebanó en su propia carne, uno bastante peculiar. Me quedo quieta, mirándolo, el chico intenta taparlo con la mano y lo reto con que(+)
(-) ya lo desinfecté. Cuando finalmente logro despegar los ojos de ahí, miro primero al orientador, al que le hago sutilmente que no con la cabeza, y después a la madre.
–Yo le dije que es un pelotudo, doctora. ¿Ahora me cree?
No digo nada. Escucho la puerta que (+)
(-) rechina: el orientador acaba de irse. Espero que me haya entendido y les avise a los de salud mental que no era una tentativa como tiró.
Miro al paciente.
–Te juro que hay gestos mucho mejores para hacer por amor –se me escapa casi como si fuera mi hijo. Niego mientras (+)
(-) lo pronuncio. Casi quiero matarlo tanto como estoy segura de que quiere hacerlo la madre.
Los trazos forman un nombre, un nombre femenino, por suerte uno no demasiado largo, aunque lo suficientemente profundo como para requerir sutura; se lo tatuó con furia. Me (+)
(-) pregunto qué habrá pasado con esa chica como para que termine en algo así…
–Vos tampoco entendés nada… –murmura él mientras se le resbalan un par de lágrimas.
–Entiendo lo que es estar triste, creeme, pero esto… está mal –le contesto.
–Muy mal está –se mete la madre.
(+)
(-)
–¿Vos qué mierda sabés? –le larga él–. ¿Qué me venís a decir vos que no querés a nadie? Ni sabés lo que es amar…
Lo escucho y me muero de ganas de darle un abrazo. Me contengo por miedo a que la madre nos mate a ambos y en su lugar intento mandárselo con los ojos.
(+)
(-)
–Vas a estar bien –arranco mientras termino de curarlo y le pido que se comprima la zona más sangrante con una de las gasas–. Vas a conocer a alguien que te haga bien, pero esto no es eso…
–Yo no quiero a alguien. Yo la quiero a ella –insiste.
(+)
(-)
–¿Me podés decir quién es la pelotuda esta así la ubico? –interrumpe la madre por enésima vez –. Seguro que algo te hizo…
–No te metás, vos –la calla él.
Preparo todo para la sutura mientras siguen con la pelea del “decime” y el “ni en pedo te digo” que no se (+)
(-) termina más. Una vez lista, le pido a la mujer que espere a un costado y que haga silencio así puedo concentrarme para que a su hijo le quede la menor marca posible. Compra la excusa y trabajo tranquila.
El chico se queja del ardor por la anestesia, pero, fuera de eso, se(+)
(-) porta mejor que la madre. Lagrimea y moquea cada tanto y yo le prometo que todo va a estar bien.
–Salvo esa cicatriz que te va a quedar de por vida por tarado –la madre enfatiza la última palabra.
Yo le hablo de una crema que se puede poner para que no se note tanto, de (+)
(-)que se va a tener que tapar del sol por meses, que si cicatriza feo pueden consultar a un cirujano plástico, y que sí, se va a notar algo, pero que esperemos que lo menos posible.
–Dele nomás con el aliento así volvemos por el otro brazo, pero con una decoración más (+)
(-) larga, eh. ¿Le gustaría suturar un María Magdalena? ¿O un María de los Milagros Santísima? –me increpa la madre.
–Ah, no. Si se va a tallar otro nombre, por lo menos que sea el mío –le retruco.
Dice por lo bajo que soy bastante pelotuda y yo hago caso omiso solo para (+)
(-) no volverle peor la noche a su hijo.
Termino. Queda bien, dentro de lo posible. Le limpio la sangre de alrededor y busco una venda, sin éxito. Cubro las suturas con gasas y corto una tira larga de cinta de tela para cada lado.
(+)
(-)
–¿Esa porquería le va a poner? ¿Cómo se la saco después? Porque este roñoso si es por él se la deja tres meses… –refunfuña la madre.
Le explico que no tengo otra cinta, que si quiere le puede comprar una hipoalergénica y cambiársela, pero que acá no tenemos.
(+)
(-)
–Mejor voy ahora y la compro así usted se la pone, ¿no le parece? Que si no me revienta la cabeza con los gritos por los pelos, seguro.
Estoy a punto de decirle que no, que es una cinta, que si su hijo se aguantó la sutura va a poder lidiar con la depilación, que hay (+)
(-) otros pacientes y que se la cambie en la casa, pero veo los ojos del chico que ruegan que se la saque de encima y acepto. Ella se va y, apenas pasa la puerta, el hijo se larga a llorar.
–Perdón, doctora. Perdón –se disculpa –. Yo sé que fui un boludo. Ya sé…
(+)
(-)
Ahora sí que lo abrazo. Le digo que calma, que ya está, que solo no lo vuelva a hacer. Él me promete que no, que nunca, que ya aprendió y tira para arriba los mocos.
–Es que ella me había dicho que iba a venir a mi cumpleaños, pero al final no… y yo con (+)
(-) la única que quería estar era con ella –larga al final mientras llora, ahora, una tormenta.
Lo abrazo de nuevo, esta vez más fuerte. El psiquiatra se asoma y se señala mientras baja la cabeza. La psicóloga a su lado frunce la boca en un gesto de “pobrecito” como hacía (+)
(-) mi abuela materna cuando mi prima menor lloraba. Aclaro que mi prima lloraba por todo y siempre nos retaban al resto de los primos y la consolaban a ella que era flor de turra.
Le pido al chico que me espere un segundo y salgo a hablarles mientras maldigo para (+)
(-) adentro al orientador que no les avisó.
–No es un intento –les aclaro–, aunque, ya que no se durmieron, podrían hablar un poco con él –agrego con una sonrisa pseudo-inocente.
–¿Pero qué le pasa? –pregunta el psiquiatra.
(+)
(-)
–Una chica le rompió el corazón en su cumpleaños y él fue y se tatuó su nombre con un cuchillo en el antebrazo –le explico.
–Bueno, matarse no quiso –bosteza y levanta el pulgar.
–Yo le hablo –se ofrece la psicóloga, dulce como siempre.
(+)
(-)
Él la aplaude con un “todo tuyo” y se raja justo cuando la madre llega con la cinta.
–Es menor –le aclaro a mi compañera mientras le señalo a la mujer.
–Charlo con los dos entonces –sonríe mientras se acerca a ella y se presenta.
No la envidio para nada.
(+)
(-)
Voy con el chico, cinta en mano, y termino la curación. Le hago prometer por última vez que no va a volver a hacer nada por el estilo. Levanta la mano a lo promesa de boy-scout y dice que lo jura. Lo remata con un “nunca más voy a volver a enamorarme” que me (+)
(-) retuerce todo por adentro.
Lo dejo con la psicóloga y la madre. La mujer, ya más calmada, me agradece. Le digo que no es nada y enfilo para la entrada de ambulancias. Salgo y me prendo un pucho. Ya no tengo nada de hambre.
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