Mi sobrina Marta llevaba unas semanas diciendo que se quería cortar el pelo para llevarlo suelto. Después de esperar pacientemente por fin el viernes su madre la cortó el pelo como ella quería por encima del hombro.
A pesar de las opiniones diversas que tenía alrededor de: “yo que tú no me lo cortaba ahora que te puedes hacer trenza”, “pues estás mejor con el pelo más largo”, etc. Lo tenía claro y se lo cortó porque “el pelo crece”, decía.
Así que una vez corto su madre que es peluquera le dijo: “creo que está demasiado corto”. Y Marta tan espontánea comentó: “bueno, qué me importa, mientras yo sea feliz”. Y ya nos tuvimos que callar porque en definitiva lo era y a veces es lo que importa.
Pero ser feliz con mayúsculas y sin hacer daño a nadie, que es lo importante.
¿Eres feliz? Es una pregunta que de vez en cuando te hacen o lees o tú te haces. Y no es sencillo responderla, creo que no sale a la primera un sí o un no, porque ese sí o ese no tiene matizaciones creo yo, y depende del momento, del día, de las circunstancias.
El día a día está lleno de complicaciones, de decepciones, de insatisfacciones, de frustraciones, de quejas, de lamentos, de incomprensiones, etc. Si es que hay días que piensas: pero cómo es posible esto.
Pero esos mismos días también tienen alegrías, satisfacciones, alguien que te ayuda o te muestra tu cariño.
También creo yo que tenemos que aceptarnos como somos y quiénes somos, intentando hacer el bien a los demás.
Siempre insisto en hacer el bien a los demás porque vivimos en una sociedad en la que estamos nada más que pendientes de los otros, de cómo el orgullo, la prepotencia, las ansias de superioridad nos marcan ese día a día.
Y es que “nos queremos muy poco los unos a los otros” escuchaba esta semana. Queremos tan poco a los que tenemos cerca, a los que compartimos trabajo, inquietudes, amistades, etc…Esa falta de amor es la que genera esa infelicidad en el día a día.
Esa falta de incomprensión y de frustración que te hace daño. Esa falta de gratitud por lo que das. Esa falta de pedir perdón y de reconocer que hemos hecho daño. Esa falta de humildad que cada vez se impone más. Esa falta de diálogo y explicación.
Todo eso nos genera infelicidad y más si la concebimos en relación a los demás.
No se puede agradar a todo el mundo porque es imposible, porque cada uno somos diferentes. Lo aprendes con los años. No puedes agradar pero sí respetar, aceptar y no menospreciar, sino hacer posible la convivencia.
“Bueno, qué me importa, si soy feliz”.
Es lo que dijo mi sobrina, y habría que pensarlo cuando estamos dolidos, cuando somos incomprendidos, cuando no encontramos razones a esas actitudes, o cuando tú mismo te das cuenta de que el problema a lo mejor eres tú que no aceptas la situación o esperas más de esa persona.
Porque ser feliz en medio de esta sociedad es realmente complicado, y más en estos momentos de incertidumbre, miedo, problemas, inseguridades que nos rodean.
Muchas gracias a todos. @moniqueilles /Mónica Moreno P.D.- Esta reflexión no podrá reproducirse en otro medio sin permiso ni autorización de la autora
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