Dije que iba a hacer este hilo mañana, pero tengo lo todo bastante bien amueblado en la cabeza y voy a aprovechar que ahora tengo tiempo.

Vamos de cabeza con el símbolo indiscutible de la Segunda República. ¿Qué hay de realidad y de mito en la figura de Manuel Azaña Díaz?
Bueno, antes de empezar este hilo, bastante largo pero creo que lo merece, pues quiero tratar este tema con rigor y desde la máxima equidistancia posible, hay que entender que Azaña, al igual que Niceto Alcalá Zamora, es un "demócrata a su manera". Se irá viendo a medida que
avancemos. La idea de esta afirmación es la siguiente: ambos se crían en una época en que la democracia no era más que un medio para conseguir ciertos fines. No hay una cultura política al estilo contemporáneo en que la democracia es un prácticamente un fin en sí mismo,
incuestionable y de ninguna manera reemplazable. Esto Azaña por supuesto no lo pensaba. Tampoco Niceto. Ya veis que no es un tema de estar escorado hacia uno u otro lado del espectro. Es simplemente un asunto histórico. También hay que entender que Azaña y su partido, primero
Acción Republicana y después Izquierda Republicana, representan la evolución natural de lo que se ha venido a llamar en la historiografía "la tradición liberal exaltada". Azaña era un liberal en el sentido español (izquierdista), pero un izquierdista burgués, no revolucionario.
Él contempla la reforma de España desde tres ejes totalmente distintos: el económico, el religioso/cultural y el militar. Luego veremos qué denuncia y qué hace para remediarlo. En todo caso, está profundamente convencido de que España asiste a un atraso histórico mayúsculo y
está fuertemente determinado a cambiar esa realidad. ¿Cómo? A cualquier precio. Entre los intereses de Azaña no está defender una República democrática en sentido estricto. Su interés principal es construir una República de amplia base cultural izquierdista. Quiere propiciar
una revolución cultural en el más amplio sentido de la palabra, y ese vana ser durante mucho tiempo su objetivo principal. ¿Por qué Azaña se vuelca en este aspecto y no en otros? Pues porque es un intelectual, un escritor. Él no tiene ni pajorera idea de economía o derecho.
Tampoco es un estadista ni un político forjado en batallas, como Alcalá Zamora. Azaña es un intelectual, y esto le va a marcar plenamente. Su personalidad, por otra parte, y esto es importante entenderlo, es muy complicada. Miguel Maura le define como un hombre adusto, frío, con
especial inclinación a humillar y a reírse de los demás. Le cuesta mucho respetar a la gente, al menos a nivel intelectual. De hecho, al único que considera su amigo y respeta profundamente es a Sánchez Román. Esto dice Miguel Maura de él:
También afirmó que: El Azaña que yo conocí en 1930 carecía del más elemental don de gentes. Cuando quería ser amable, era adusto. Demostraba desdén por todo y por todos, nacido de la convicción de que era un genio incomprendido y menospreciado.
En todo caso, ya veis que un hombre de consensos no era. Él mismo se definía como "radical" en su empeño de hacer de la República "un proyecto de reforma radical". Pues bien, esas tres patas del pensamiento de Azaña se plasman en tres leyes y en un reforma. Primero se lanza a por
la reforma militar. Su objetivo es simple. Quiere un ejército leal a la República a toda costa, y sobre todo, que no interceda en la vida pública y política. Esto es perfectamente loable para cualquiera. No obstante, la forma que tuvo de hacerlo desencadenó unas fricciones con
el ejército mayúsculas. Jubiló de mala manera a muchos antiguos oficiales monárquicos, creo la Guardia de Asalto (pues no se fiaba de la Guardia Civil) y despreció contantemente a los militares en público. Se reía de ellos. Para él, eran meros, peleles, inútiles. Después de la
Sanjurjada, estas convicciones se vieron en él fuertemente reforzadas. Su etapa por el ministerio de Guerra, etapa que precedió a la de la presidencia del gobierno, estuvo marcada por tensiones con el ejército brutales, un ejército, recordemos, que se había negado a apoyar a
Alfonso XIII y había permitido el paso a la República. De hecho, Sanjurjo fue uno de los conspiradores prorrepublicanos, curiosamente. La segunda de las reformas fue la religiosa. Aquí fue implacable, y ya se dio cuenta Alcalá Zamora cuando Azaña se negó a intervenir en la
primera quema de conventos. Según él, "ni un solo convento vale la vida de un republicano", interponiendo una disyuntiva totalmente falsa entre salvar vidas humanas y detener el salvajismo. Todo esto se va a ver materializado en la Ley de Confesiones, en la que Azaña tratará de
ilegalizar TODAS las órdenes religiosas (al final sólo podrá con los jesuitas) y prohibirá la educación impartida en centros católicos. Tenía la firme convicción de que la enseñanza tenía que ser laica, pero no se dio cuenta de que por muy loables que fueran sus convicciones
no había aulas suficientes aún como para asegurarla. Al menos haberte esperado hasta que fuera posible. Nada. Simplemente la prohibió. El gobierno radical más tarde permitiría de nuevo la enseñanza religiosa a la vez que el Ministerio de Instrucción Pública construía más aulas
que el propio Azaña. La diferencia entre dogmatismo y pragmatismo. En todo caso, la Ley de Confesiones vino acompañada de una draconiana ley de seguridad: Ley de Defensa de la República. Según esta ley el Ministerio de Gobernación podía prohibir cualquier organización sospechosa
de ir en contra de la República sin pasar por los juzgados, se podía retener indefinidamente a aquel que fuera sospechoso de ir en contra de la legalidad republicana, se prohibió mostrar la rojigualda bajo pena de prisión... En algunos municipios se multaron a señoras que
llevaban el crucifijo visible (Payne). En todo caso, esto asusta hasta a los sectores más conservadores. El propio Ortega y Gasset se asusta con la deriva totalmente autoritaria que está tomando Azaña. Por último, Azaña tiene como objetivo prioritario crear una clase media
de pequeños terratenientes. Para ello, lanza la Reforma Agraria. El objetivo era hacer lo que venían haciendo los gobiernos liberales en el siglo XIX (expropiar y repartir las tierras), pero para beneficiar a las clases populares, en especial jornaleros sin tierra. El problema
es que su socio de gobierno, el PSOE, no veía con buenos ojos tal reforma. El objetivo para ellos era directamente el de colectivizar la tierra, no crear pequeños propietarios. Azaña consigue más o menos torcerle el brazo a los socialistas y se aprueba una Reforma Agraria
relativamente moderada, por supuesto, despojada de elementos marxistas. En todo caso, el rumbo de la República es claramente izquierdista. Azaña se ha encargado de ello y va a hacer otro movimiento para reforzarlo: va a modificar la Ley Electoral para ganar las próximas
elecciones. ¿Cómo? Concediéndole un bonus totalmente astronómico a las coaliciones, pues él creía que iría en las próximas elecciones de la mano con el PSOE. Le salió el tiro por la culata, como luego veremos. Total, que el gobierno de Azaña empieza a resquebrajarse.
Después de los incidentes de Castilblanco y Casas Viejas, el PSOE le retirá su apoyo y Alcalá Zamora aprovecha para apartarle. Poco después se convocarían elecciones, pero el PSOE se niega a ir en coalición con Azaña. ¿Qué partido sí iba en coalición? La recién formada CEDA.
Es decir, que la reforma de Azaña actúa como un boomerang y acaba catapultando a la CEDA y gana las elecciones de 1933. Para que veáis lo que parecía importarle a Azaña esto, a modo de anécdota, el mismo día que se conoce el resultado van a buscarle los de su partido,
consternados, para comunicárselo. Cuando le encuentran, está sentado plácidamente en un banco... leyendo un libro sobre la historia de Bizancio. El mundo arde y él no se quiere ni enterar. No sería la primera vez. De todas formas, no se queda quieto. Acude a Alcalá Zamora y le
pide que repita le nombre a él presidente del gobierno interino para modificar de nuevo la ley electoral en su conveniencia y que vuelva a convocar elecciones, que era calamitoso que hubiera ganado la CEDA y que había que impedirlo. Alcalá Zamora se queda a cuadros.
Por supuesto, le manda de paseo y le dice que apechugue con los resultados electorales. Poco después llegaría el recadito del PSOE: amenaza con una huelga general revolucionaria si entraba un solo ministro de la CEDA. Azaña sabe de estos planes, pero no participa.
Simplemente calla y espera. La víspera de la Revolución Azaña misteriosamente coge sus maletas y viaja a Barcelona, ciudad que sería el epicentro del golpe de Estado. Alejandro Lerroux y Domingo Batet acabarían sofocando el golpe y deteniendo a Companys, pero las sospechas
empiezan a recaer sobre Azaña. ¿Por qué se fue? En la CEDA pensaban que quería estar en Barcelona por si acaso triunfaba allí la Revolución encabezar un gobierno en la zona sublevada. No obstante, esto no se llega a probar. De todas formas, Azaña y encarcelado preventivamente
y posteriormente es liberado. También juega un papel importante en el famoso caso del Estraperlo. A él es a quien le llegan por primera vez los papeles que atestiguan la corrupción del Partido Radical Republicano. Como es consciente de que el ego de Alcalá Zamora le puede llevar
a usarlos para crear su propia fuerza de centro, le contesta al señor: esto debería hablarlo usted con el presidente de la República, no conmigo. Tonto no era. Y aquí comienza la última fase de Azaña. La fase del Azaña Kerensky, como le han denominado los historiadores.
Kerensky fue el hombre que se hizo con el poder de la República Rusa tras el derrocamiento de los zares, hombre que acabaría siendo depuesto tras la revolución bolchevique. Aquí en España, el comunismo estaba representado por tres partidos: el BOC, de Joaquín Maurín, ICE, de
Andreu Nin, y el PCE, controlado por José Díaz. Al contrario que los dos primeros partidos, que acabarían fusionándose en el POUM, el PCE era un partido directamente controlado por la Komminterm y por Stalin. Él mismo renovó la directiva antes de la Revolución de Octubre,
metiendo a personajes como Dolores Ibarruri, por ejemplo. Entonces, los planes de Stalin, que fueron consensuados con el PSOE caballerista, fueron los siguientes: se presentarían a las elecciones con un programa de mínimos bajo una gran coalición izquierdista, el Frente
Popular. Ese Frente Popular también incluiría a Azaña y a otros republicanos izquierdistas, que serian quienes gobernarían. La idea es una vez se hicieran con el poder presionarles desde fuera para dar pasos hacia la Revolución. Azaña esto lo sabía, pero tragó. Tragó simplemente
porque creyó que podría soltar al zorro en el gallinero y mantenerle a raya. Se negaba a ser un Kerensky. El propio Prieto, cada vez más cercano a Azaña, abominaba de todo el ala caballerista del PSOE. Según Caballero, era "el mozo de estoques de Azaña". Prieto dijo que bien
"podía irse Largo Caballero a la mierda". Es decir, en esta época no hay un PSOE, sino que hay tres distintos: el besteirista, desaparecido ya en combate, el prietista, a favor de la colaboración con Azaña, y el caballerista, que solo contemplaba la Revolución.
Nada más llega Azaña al gobierno tras las elecciones de Febrero de 1936, la situación se descontrola de sobremanera. Pongamos algunos ejemplos: en las elecciones en Cuenca un grupo de milicianos del PSOE apodados con el nombre de La Motorizada (los que matarían a Sotelo),
rifles en mano, amenazaron a los votantes derechistas con matarles a ellos y sus familias si acudían a votar. Muchos negocios fueron incendiados y se retiraron actas indiscriminadamente, como por ejemplo a José Antonio Primo de Rivera. En resumen, según el historiador Romero
Todo esto se ve reforzado por este discurso de Prieto, en que condena la violencia indiscriminada que LOS SUYOS están ejerciendo en las elecciones, preparando así el terreno para el advenimiento de una reacción fascista
No solo eso. Se ilegaliza la Falange y se detienen a sus principales cuadros y militantes bajo acusaciones totalmente inventadas. A José Antonio se le acusa de portar armas ilegalmente (Prieto la dejaba en el Congreso en la mesa delante del escaño y nadie se escandalizaba),
cuando esa pistola fue depositada en su casa por las propias autoridades republicanas, fabricando un teatrillo para poder encerrarle. En Antequera, miembros de Acción Española, monárquicos todos ellos, fueron detenidos "por fascistas". Las calles eran un reguero de violencia. A
cada asesinato por parte de las JJSS y posteriormente de las JSU, le seguía una respuesta de los miembros de Falange, ya en la clandestinidad. No obstante, la respuesta de Azaña era siempre la misma: encarcelar derechistas, ellos eran los culpables por crispar. Esto mismo lo
echa en cara Ventosa, líder de la Lliga, en el Congreso, donde le dice a Azaña que el desarme tiene que ser de ambos, pues no solo vale desarmar a las derechas y hacer como si en las izquierdas no pasara nada. Por supuesto, esto tenía una razón. Más allá del pasotismo de
Azaña, los partidos del Frente Popular eran quienes le apoyaban. No estaban dispuestos a tolerar detenciones de miembros de sus respectivos partidos. Lo máximo que se llegó a hacer fue clausurar sedes de la CNT (que no estaban en el gobierno). A esto hemos de sumarle
pasajes de violencia por doquier, desde los incidentes de la Graya (asesinato de Guardias Civiles a manos de masas obreras que se saldó con la detención de falangistas) y los de Alcalá de Henares (Payne). Azaña en este punto ya había sido nombrado presidente de la República.
Gobernaba su mano derecha, Casares Quiroga, que simplemente hacía aquello que le dictaba Azaña, al menos en las primeras semanas, pues después Azaña se acabaría separando más y más de la realidad. En el campo se estaban produciendo ocupaciones de tierras masivas, no avaladas
por el Instituto de Reforma Agraria (Tuñón de Lara las cifra en un millón de hectáreas. Cálculos posteriores entre dos y cuatro millones). Además, la violencia contra terratenientes estaba a la orden del día, muchos de ellos huyendo a Portugal y Francia. Los municipios fueron
gobernados manu militari por comités obreros que clausuraron sindicatos católicos, como la Organización Nacional Católica del Trabajo, echaron a sindicalistas católicos a la calle y obligaron a afiliarse a UGT/CNT para poder entrar en las listas para conseguir trabajo.
Las huelgas ascendieron de 181 (1935) hasta 1108 (1936). Un caso curioso es el de la Sociedad Metalúrgica de Pañarroya, donde se les duplicó a los trabajadores el salario a pesar de unas pérdidas del 50% respecto al año anterior, y aún así los trabajadores rechazaron la oferta,
exigiendo salarios que harían quebrar a la empresa de ipso facto. El 27 de mayo el gobernador de Badajoz dio parte de que los trabajadores del campo se negaban a trabajar, a pesar de que se había incrementado su salario en un 100%. Las empresas estaban totalmente a merced de
los comités obreros. La Revolución ya había empezado. Primero Azaña y luego Santiago Casares Quiroga se echaban las manos a la cabeza. Habían perdido totalmente la autoridad sobre todo el territorio español. Su gobierno se estaba viendo sobrepasado por organismos obreros creados
al modo de los soviets en Rusia. El asesinato del director británico de una fábrica textil en Barcelona hizo saltar todas las alarmas. Reino Unido, Alemania, Holanda, Suiza, Argentina, Italia y Portugal discutieron retirar sus embajadores, ante la perspectiva de que ocurriera lo
mismo que en Rusia con la llegada al poder del partido bolchevique. Largo Caballero, en un intento de tranquilizarles (?), les afirmó que no había nada de lo que preocuparse, que el gobierno de Casares Quiroga en verdad estaba bajo su control. Que en cuanto se dieran las
circunstancias lanzaban la Revolución. Esto les tranquilizó tanto que el embajador alemán salió por patas y otros muchos se prepararon para hacer lo propio. En este punto Azaña estaba totalmente desquiciado. Recluido en su torre de marfil, se dedicó a hacer como si nada pasara.
Según las memorias de Alcalá Zamora, se emprendió en reformas del Palacio de Oriente y de su casita en el Pardo donde vivía, aumentó la flota de limusinas y aumentó considerablemente el presupuesto para su seguridad y la de su familia. Roma ardía y Azaña no encontraba ni el arpa.
En el Congreso estaba totalmente desquiciado. A Gil Robles le aseguró que:

Yo no me quiero lucir como ángel del custodio de nadie. ¿No querían violencia, no les molestaban las instituciones sociales de la República? Pues tengan violencia.
Esto era inaudito. Poco a poco Azaña fue percatándose de que había cometido un error mayúsculo. Se había hipotecado con socios de gobierno que no estaban dispuestos a permitir florecer una República, ni siquiera bajo hegemonía izquierdista. Querían la Revolución.
Azaña fue distanciándose más y más de la realidad hasta que le llegó el golpe definitivo: su presidente del gobierno, José Giral, repartió armas entre las milicias obreras. Algunos de ellos, anarquistas, se internaron en la cárcel Modelo de Madrid ya empezada la Guerra Civil.
Muchos de los presos allí no estaban por haber cometido delitos políticos, simplemente el gobierno de la República les estaba intentando proteger de las masas. Acojonante, ¿verdad? Uno de ellos, el mentor político de Azaña, Melquíades Álvarez.
En unos juicios sumarísimos y sin garantías, obviamente, fue ejecutado por los milicianos anarquistas. Cuando las autoridades republicanas consiguieron hacerse paso al interior de Modelo y comunicaron a Azaña lo sucedido, no sabía dónde meterse. Habían matado a Melquíades.
José Giral lloró, Azaña seguramente también. Todo se le había ido de las manos. Para más inri, una vez empezada la Guerra, Companys crea en Cataluña el Comité de Milicias Antifascistas, que de facto funciona como un gobierno paralelo al de la Generalitat.
Se desata un auténtico terror revolucionario en Barcelona, autorizado por Companys y llevado a cabo en su mayoría por miembros de la FAI-CNT. Se asesinan a alcaldes que celebran cabalgatas de Reyes, se fusilan a dos novios y al cura que les está casando... Stalin, alarmado,
porque había que ganar la guerra, no perderse en esas cosas, envía agentes soviéticos a poner orden. Todo esto derivaría en los asesinatos de poumistas y anarquistas de Barcelona a manos de los comunistas un poco más tarde. No obstante, Azaña que es el que nos interesa, se subía
por las paredes. Creo que no le quedaron insultos que dedicarle a Companys. Ya cuando se enteró de que estaba negociando junto con los vascos UNILATERALMENTE una rendición con Franco la cosa le superó. En resumen, y no me voy a meter con el Azaña de la Guerra Civil, este señor se
vio superado por todos los flancos. Sus intentos de retener el poder siempre finalizaban en concesiones a los revolucionarios, que nunca estaban contentos con lo que tenían y exigían más y más. Azaña vendió su alma al diablo. No solo él lo acabó pagando, sino el país al que
estoy seguro que tanto amaba. A su manera. Escribiría en sus memorias que "rodeado de imbéciles, gobierne usted si quiere". Azaña se quejó de que no se le dejó gobernar, pero lo más traumático es que quiénes no le dejaron gobernar fueron aquellos con quiénes se encamó.
Azaña, en su típica y archiconocida obsesión con las derechas, acabó alimentando un monstruo: la Guerra Civil. Al final, de hecho fue lo que el Frente Popular esperaba de él, una marioneta. Esta es la trágica historia del Kerensky español. Que siempre sea recordado por sus
aciertos y sus errores. Supo ver mejor que nadie las debilidades del país sobre el que tanto escribía y sobre el que tantos halagos vertía. Fue un gran hispanista. Nadie le puede acusar de ser un ignorante o de coincidir con las tesis revolucionarias del PCE o del PSOE
Azaña siempre será el ejemplo de que el camino al infierno a veces está empedrado de buenas intenciones. Que la historia le juzgue con justicia e imparcialidad. A todos se nos remueve el estómago al ver cómo murió mientras era perseguido por las SS en Francia. Pero la muerte
no excusa a nadie. Que se le recuerde por lo que hizo y por lo que permitió. No dulcifiquemos su figura porque sea lo único salvable (junto a Besteiro) de las izquierdas de la República. Hagamos memoria histórica. La de verdad. Gracias por la atención.
Por cierto, hay bastantes erratas. Algunas son fruto del autocorrector y otras supongo que de pensar en poner ciertas palabras y expresiones y luego poner otras. En fin. Un caos. Perdonad ese detallito.
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