Entro a tu habitación. Todos vestidos con trajes dignos de astronautas, tenemos que gritar mientras nos movemos con la prisa que dicta el ritmo enloquecido de las alarmas que vigilan tu vida.

- Te vamos a dormir ya. Te vamos a intubar. No te está entrando suficiente oxígeno.
- Estoy asfixiado- me dices confundido, mientras miras los monitores que pitan a todo volumen anunciando una catástrofe.

Morir. Eso lo haremos todos.

Cuándo? Dificil predecirlo, pero una vez empiezas a recorrer el camino, los que lo hemos estudiado reconocemos las señales.
- Te voy a dormir para ayudarte a respirar con una máquina.

- Me voy a morir? No me dejen morir.

Aún no sé qué es, pero he aprendido que a veces se siente la morida.

Tú miras con algo de desconcierto. Es eso aquello que estás sintiendo?
- Te voy a dormir, te doy a intubar y te voy a conectar a una máquina para que te ayude a respirar.

- Eso duele?
Sí. Sí duele. Pero estarás dormido. Para que lo puedas soportar.

- Sí. Por eso te voy a dormir.

-Y si no me intuba?

- No creo que aguantes.

- Me estoy muriendo?

Tragar en seco. Nunca ha sido fácil responder esa pregunta.
- Así no vas a aguantar. No vas bien, y al menos podemos intentar esto.

- Estoy cansado, muy cansado.

- Te voy a dormir. La idea es que no sientas más esa asfixia.

- Cuánto tiempo?

Sé que no estás preparado para la respuesta.

- Días. Semanas.
- No! No puedo aguantar tanto!

- Yo sé. Por eso te voy a dormir. Para que no sientas nada.

Te callas. No dices nada. Será que sí me oíste? Será que sí me entiendes? No tenemos mucho tiempo para las pausas.

- No vamos bien así. No te está entrando suficiente oxígeno.
- Es que no soy capaz.

- Por eso te propongo intubarte. Ayudarte a respirar. Dormido. Que no sientas más asfixia

- Me voy a morir?

- Yo espero que no.

- Me estoy muriendo?

Insistes.

- Si sigues así, yo creo que sí.
- No quiero morirme. No me quiero morir asfixiado.

- No vas a morir asfixiado. Pero la idea es intentar que no te mueras.

- No me deje morir.

No puedo dar la respuesta que quieres.

- Te prometo que voy a intentarlo.
Uno de cada dos. O dos de cada tres. Aún no lo sé, aún estamos escribiendo este capítulo. Pero es la única opción que tenemos.

- Quieres que hablemos con alguien? Quieres llamar a alguien?

Estás lo suficientemente despierto para hablar conmigo. Querrás hablar con los tuyos?
Es mi oferta, mi tributo a ti y a los tuyos, a aquello que consideras invaluable en tu vida.

Te ayudo con el teléfono en un delicado equilibro entre la necesidad, la intimidad, la fragilidad, la vulnerabilidad, la solidaridad y el respeto. Aquello tampoco sale en los libros.
No puedo imaginar cómo se negocia entre lo mucho lo que se siente y piensa, y el poco el aire para empujar las palabras necesarias para expresarlo.
- No llore que voy a estar bien.
- Después hablamos, apenas me despierte hablamos.
- Vea, escuche pues a la doctora.
- No se le olvide reclamar los papeles.
- Mantenga ese celular cargado que es que es muy difícil llamarla.
- No vaya a despertar a la niña. Déjela duerma.
El amor y la humanidad reflejadlos en tan pocas y simples palabras.

En un momento tan breve, tan precario, con tanta y tan poca intimidad, no queda sino admirarse de amor y de la vida.
- Listo?

- Si, hágale.

- Lo vamos a cuidar, se lo prometo.
No sé si vas a poder leer esta historia.

Pero hoy más que nunca, creo que debo contarla.
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