La final de los teóricos 7 mediocampistas que nunca existió.
Porque fueron 5. Y cogido con pinzas. La prensa intentó vendender la no-ocupación del área como un síntoma de la abolición de los atacantes esa noche, y nada más lejos de la realidad, ese Barcelona mantuvo dos wings abiertos en cada costado para permitir que todo sucediese
Fueron Thiago y Alves. El primero por izquierda, el segundo por derecha. Y por mucho que pueda creerse que la figura de Thiago como extremo relacionado a la amplitud fuese falsa y su incidencia en el juego la de un mediocampista, eso nunca llegó a ocurrir.
Porque como en todas las parcelas del juego, la nomenclatura sobre la posición que un futbolista ocupa, no la marcan sus características intrínsecas como jugador, sino su rol en el encuentro. No por ser mediocampista de escuela esa noche Thiago jugó de falso extremo.
La ocupación de espacios del Barcelona en esa final tenía matices distintos según la fase del juego, pero siempre desde un punto de partida: Busquets abajo, Xavi e Iniesta en los interiores, y un doble falso 9 con Messi y Cesc. Abidal-Piqué-Puyol cerrando. Thiago y Alves abiertos
La cuestión es que como durante todo el ciclo de Pep en Barça, Xavi fue más mediocentro que otra cosa, algo que la gente es posible que no recuerde demasiado; Xavi era a menudo el receptor del 1r pase, un apoyo sobre Busquets en salida.
Ese triángulo vivía más en un 2+1, que en el teórico 1+2 que puede creerse. En fase de construcción hablo. En ataque posicional era otro mundo.
Pero saliendo, existían tres variantes ese día:

-Interiores (Iniesta & Xavi) desplazándose hacia afuera, ensanchando para llevarse a su marcador y permitir la conexión directa con Messi o Cesc.

-Xavi apoyando a Busquets, Iniesta en una tercera altura emparejando con Leo y Cesc.
-Xavi (o Busi), pero más frecuentemente el 6, lateralizado entre centrales (!!), para impulsar de esta manera a Puyol de lateral, y permitir la recepción de Messi en el carril interior diestro (Puyol y Alves empujaban tanto que aclaraban ese sector).
La cuestión es que esa noche el Barcelona jugó con 5 futbolistas de carril central, 2 de base, 2 con relación directa a las recepciones entre líneas, y una última pieza invisible y moldeable a la acción según las exigencias de la misma (Iniesta). Abajo, o arriba.
El partido en sí es una oda al fútbol líquido, es una de las mayores representaciones habidas de balompié asociativo, y hay que mencionar que si algo tienen los últimos Barças de Pep respecto a los primeros, es una flexibilidad general (pero sobretodo interior) + que los primeros
no acababan de tener.
Una mayor libertad interpretativa por parte de todos los efectivos de la parcela central, porque ahí dentro, ese Barça practicaba de todo menos juego de posición. Sin lo de afuera (juego de posición) lo de adentro no ocurría, pero en el meollo la idea era +
tan simple como mover, atraer, dibujar líneas aunque ello significase desocupar posiciones base, y en definitiva encontrar al hombre libre desde la superioridad y la paciencia.
Y todo era más sencillo si el anzuelo se lanzaba para acabar propiciando que el Messi de los tobillitos imposibles y la cadera endemoniada, capaz de cambiar de dirección sin necesitar de sustentarse sobre su pierna de apoyo, acelerase.
Cesc, desnaturalizado bajo mi punto de vista (CC @FDM191), y alejado de su zona de mayor influencia, pero con mucha sutileza en los toques de cara para liberar al tercer hombre y leyendo con perspicacia qué espacios muertos atacar para construir el último triángulo pre-frontal.
Ya para terminar, es cierto que la puesta en escena inicial de Santos dejó bastante que desear. 4-3-1-2 con Ney, Ganso y Borges invisibles sin balón, condicionando de esta manera a un trivote que en todo momento cayó en las trampas impuestas por Pep.
Saltaban sobre Busi, Xavi... e indirectamente desencadenaban así que la pareja de centrales se viese obligada a salir de zona sobre los descensos de Messi y Cesc. Tarde, a destiempo, y en inferioridad. Nada podía salir bien.
En definitiva, como ya había pasado en Wembley 6 meses antes, a Messi le defendieron los defensas. Y eso nunca puede pasar. En la final de Champions Vidic y Ferdinand, en Yokohama Dracena y Durval. Y claro, recordémoslo, era el Leo de los tobillitos genéticamente imposibles.
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