Godofredo Feder fue la figura más influyente en la política económica y financiera del NSDAP. Su teoría consistía, esencialmente, en la abolición de todo pago de intereses prestamistas y en la nacionalización de los bancos y las empresas bursátiles. Feder no se oponía al
capital y a la propiedad privada como tales, pero quería vincular ambos elementos al mérito individual y a la obligación social, dando prioridad al Estado donde el interés público lo requiriera. Feder distinguía entre capital "prestamista" y "productivo", identificando el
primero de ellos con el capital financiero internacional, supuestamente dominado por los judíos (Rothschild, Warburg, Goldschmidt, etc...). Tras el “Crack” económico de 1929, el nacionalsocialismo llegó al poder en Alemania y una década después de la hecatombe financiera, el
nuevo régimen germano consiguió el pleno empleo, mientras que los países capitalistas estaban en lo más profundo de la gran depresión y solamente fueron capaces de salir de ella mediante una guerra. Hitler siempre se negó a aceptar empréstitos de instituciones bancarias
extranjeras, lo cual significaba que la alta finanza de Wall Street y de la City londinense no tenían ningún poder sobre el circuito monetario alemán, por lo que el gobierno nacionalsocialista podía emitir todo el dinero que desease, siempre que equivaliese al valor de los
bienes y servicios producidos (Producto Interior Bruto), a esto se le denominó “patrón-trabajo”, es decir, si la masa monetaria aumenta en la misma proporción que la producción industrial no hay inflación, porque ésta solamente se produce cuando el aumento de la masa monetaria es
superior al de la producción fabril, ya sea por culpa de las devaluaciones monetarias, la especulación bursátil o los créditos bancarios. Por ejemplo, imaginemos que en una nación cualquiera existen millones de personas desempleadas que se pasan el día ociosos y se dispone de
recursos naturales (madera, carbón, hierro, etc…) suficientes para fabricar bienes de consumo, pero no se posee el capital necesario para ello. En una economía capitalista liberal, el Estado pediría un crédito a la finanza internacional, que le prestaría a un porcentaje de
interés variable y que el gobierno necesitaría para poner a trabajar a los desempleados, comprar las herramientas (maquinaria) y obtener las materias primas que faltasen para producir algo. Posteriormente, si todo va bien, gran parte del beneficio iría a pagar el crédito y sus
intereses correspondientes, enriqueciendo de esta manera a los prestamistas sin que éstos hayan producido absolutamente nada. Este hecho, además, plantea el problema de que si las políticas gubernamentales no son del agrado de la finanza capitalista internacional, ésta puede
retirar el crédito y ahogar la economía nacional. Dentro del sistema capitalista además existe la opción "keynesiana" o “socialdemócrata”, que propugna el masivo endeudamiento estatal con los prestamistas internacionales para generar empleo mediante obras públicas, con la
esperanza de hacer crecer la economía, dándole un impulso en épocas de recesión. El problema es que al endeudarse el gobierno nacional en exceso también genera elevados intereses, que van a acrecentar aún más los abundantes ingresos de los prestamistas financieros, además de
dejar al Estado a merced de ellos por la habitual mala gestión, derroche y falta de incentivos de los funcionarios de las democracias liberales. Por el contrario, en el régimen nacionalsocialista, el gobierno no solicitaría empréstitos a los “parásitos” prestamistas, sino que el
Estado emitiría directamente el dinero necesario para producir servicios y bienes de consumo en abundancia, se lo prestaría a los empresarios autónomos sin interés y cuando éstos empezasen a producir, lo irían devolviendo, a continuación, el gobierno lo sacaría de la
circulación y no generaría inflación. Las materias primas de las que no se disponen en el territorio nacional, el Estado las obtiene a través de acuerdos bilaterales, mediante un sistema de trueque, por el cual, se intercambian productos manufacturados por materias
primas y viceversa. De esta manera, el gobierno ha puesto a producir a millones de desempleados que antes comían y se vestían a cargo de los servicios sociales del Estado, sin contribuir a la riqueza nacional y aumentando la presión impositiva sobre la comunidad. Además, el
gobierno no se ha endeudado con la “usurera” finanza internacional, ni depende económica y políticamente de la misma, ni está ahogado por el elevado pago de intereses y, por tanto, la producción nacional es próspera y eficiente, existe un mercado de bienes y servicios,
competencia empresarial, un sistema de precios estable y una baja tasa impositiva. Todo, según Feder, sin oro ni divisas extranjeras, solamente mediante rentas de trabajo, es decir, mediante el esfuerzo personal, el mérito individual y la planificación social del Estado nacional.
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