Tras la Gran Guerra, los Estados Unidos vivieron una época de prosperidad económica con la sucesión de una serie de presidentes republicanos afines al capitalismo liberal clásico. Warren Harding fue presidente solamente dos años de 1921 a 1923 y dejó un mal recuerdo por la
corrupción y los escándalos financieros durante su mandato. Calvin Coolidge fue el presidente norteamericano más convencido de las virtudes económicas del liberalismo y sus aforismos “el gran negocio del pueblo americano son los negocios” o “el mejor gobierno es el que
menos gobierna”, marcaron su política de no intervención financiera en el mercado estadounidense durante los seis años (1923-1929) que duró su gobierno. Herbert Hoover fue elegido presidente en 1929 y durante su legislatura, se produjo el gran colapso de la
economía estadounidense y la quiebra del sistema capitalista liberal clásico. Desde 1927, el clima general de prosperidad y el alza continuada de la Bolsa movieron a los inversionistas a adquirir una gran masa de acciones, volviéndolas a vender en el momento de elevarse su
cotización. La Bolsa sube pero no los beneficios de las empresas, porque la actividad económica se sustentaba en la especulación bursátil, es decir, en inversiones fáciles y a corto plazo al margen de la producción industrial. La situación se agravó debido a que numerosos
inversores bursátiles adquirían las acciones con dinero solicitado a préstamo en los bancos. El resultado fue una enorme expansión del crédito mezclándose los mismos bancos en la especulación, porque concedían masivamente préstamos al 12% de interés para la compra de
acciones bursátiles y cuando el 24 de octubre de 1929 la crisis estalló, los créditos dejaron de abonarse, los bancos que no poseían fondos suficientes para cubrir la morosidad quebraron y arrastraron, con ellos, a todos los ahorradores particulares y a todas las empresas que
habían depositado su dinero en los mismos y que lo perdieron todo. El presidente Hoover intentó hacer frente a la crisis mediante la adopción de las típicas recetas del liberalismo clásico como la reducción del gasto público, la restricción de los créditos y la disminución de los
salarios, los gastos sociales y las importaciones. No obstante, estas políticas liberales fracasaron y generaron aún más desempleo y recesión, hasta el punto de que a las barracas de los necesitados se las denominaba “Hooverville” y a los periódicos con los que éstos se cubrían,
“mantas Hoover”. En 1933, Franklin Roosevelt es elegido presidente de los Estados Unidos y emprende una serie de medidas para enfrentar la crisis (New Deal) como la distinción entre bancos de negocio y bancos de depósito, la creación de seguros para proteger a los clientes de las
quiebras bancarias, la aplicación de una política inflacionista por medio de devaluaciones monetarias y una ambiciosa política de obras públicas. Sin embargo, aunque la economía norteamericana mejora, no se llega a los niveles de producción de 1929, el desempleo
alcanza los 8 millones de parados y la inflación y el déficit presupuestario obligan en 1939, a que el “New Deal” quede oficialmente clausurado. Por el contrario, las soluciones adoptadas para superar la crisis en Alemania fueron más allá del simple dirigismo. El Estado intervino
directamente controlando todos los sectores financieros, mediante una economía planificada y para reequilibrar la balanza de pagos, se impusieron licencias y fuertes tasas a la importación. Con el mismo fin, Alemania llevó a cabo convenios bilaterales con países del área
danubiana y balcánica basados en el “clearing” (intercambio comercial sin transferencia de oro o divisas, a modo de trueque), se decidió rehusar los empréstitos extranjeros con interés y basar la moneda alemana en la producción y no en sus reservas de oro (patrón trabajo).
El desempleo se combatió con la realización de grandes obras públicas, que fueron financiadas sorteando la vía del endeudamiento, mediante la emisión de bonos fiscales (MEFO) y no en dinero efectivo, evitando así la inflación. Esta serie de medidas posibilitó la disminución
drástica del paro, hasta alcanzar el pleno empleo en 1938. Se incentivó la extracción de minerales dentro de las propias fronteras y la investigación industrial, con la finalidad de sustituir la importación de materias primas por productos sintéticos (ersatz). Sin embargo, el
capitalismo internacional, que dependía de la concesión de préstamos con interés, contempló con preocupación el éxito de Hitler, porque otras naciones podían imitar su ejemplo, lo que significaría que los gobiernos carentes de oro intercambiarían mercancías entre sí, haciendo
que el noble metal perdiera su valor. En esos momentos Estados Unidos poseía el 70% de las reservas mundiales de oro. Por tanto, demoler el sistema financiero de Hitler se convirtió en el objetivo del capitalismo prestamista, estallando la guerra económica y militar.
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